Segunda generación
Escribo este cuento padeciendo un agudo dolor de cabeza.
¿Por qué, si los gérmenes de las enfermedades no se debilitan con el tiempo, la humanidad ha podido superar la peste negra, el cólera, el cocoliztli y tantas otras plagas epidémicas?
Dice la leyenda que Mitrídates, rey de Ponto en el siglo II antes de Cristo, desarrolló inmunidad a muchos venenos. Se cree que, en la búsqueda por evitar morir del mismo modo que su padre, tomó progresivamente mayores cantidades de venenos para incrementar su resistencia a los efectos. Se cuenta que en el ocaso de su vida, decidido a morir por propia iniciativa, no lo consiguió bebiendo cicuta y un esclavo debió usar una espada para terminar el suplicio. En el año 54 de nuestra era, el emperador romano Claudio fue envenenado resultado de conspiraciones de su esposa Agripina. Se dice que fue Locusta, esclava de Agripina, quien vertió arsénico en el platillo favorito del emperador. Holato, el catador de alimentos oficial del César, había probado antes la porción acostumbrada del platillo sin sufrir intoxicación. Se dice que Locusta observó que Holato siempre probaba partes exteriores de la ración y que astutamente contaminó sólo las partes internas del platillo. También se dice que Holato fue igualmente implicado en el complot por Agripina. El temor de los césares en los tiempos de Roma y de los monarcas durante la edad media de ser envenenados por sus detractores les llevó a encomendar a esclavos catar sus alimentos antes de consumirlos y, también, a buscar la resistencia ingiriendo cantidades cada vez mayores de los venenos conocidos.
La hipótesis, que a continuación presento, me responde el porqué la humanidad llega a superar las enfermedades epidémicas y aprende como rebaño a resistirlas. Este planteamiento debe considerarse una hipótesis porque surge sólo de mis observaciones y reflexiones sobre el tema. Ninguna experimentación, fuera de mi persona, se ha realizado, ninguna estadística rigurosa la respalda y ningún experimento controlado se llevó al cabo.
Cada vez más científicos opinan que el covid-19 se transmite por el aire. Sospecha que me agobió hace algunas semanas cuando inicié estas reflexiones. (Léase el cuento Doktor Schnabel von Rom.) Si tal comportamiento del germen es verdadero, entonces tarde o temprano todos seremos infectados. Sólo comunidades aisladas en el fondo de las selvas o en rincones del ártico podrían mantenerse incólumes. Sin embargo, no es de temer un contagio por esta vía. Al viajar por el aire el virus no consigue mantenerse en altas densidades. Las gotas de rocío, expelidas por los enfermos, se habrán evaporado. La ley cuadrática inversa disemina a los microbios cada vez en menores densidades. En tal caso, la cantidad de virus que ingresa a nuestro cuerpo no es capaz de abatirnos. Ante estas pequeñas hordas, nuestro sistema inmunológico, gracias a todos sus mecanismos, defiende a la colonia de células de nuestro cuerpo. Quizás padeceremos síntomas como dolor de cabeza, punzadas en los pulmones, taquicardias, nauseas, dolores de coyunturas e incluso inexplicables infecciones renales. Pues serán tales zonas las invadidas por el germen y serán tales zonas los escenarios de las contiendas. Tras cada escaramuza nuestro cuerpo habrá desarrollado los anticuerpos que nuestra biología requiere para repeler al patógeno y a todas sus mutaciones. Lo que no me mata, me hace más fuerte. Siguientes invasiones, mientras no sean muy densas, lograrán inmunizar todas las zonas de la colonia que es mi cuerpo. Como los señores feudales de la antigüedad, densidades cada vez mayores de virus enseñarán a nuestros cuerpos a defenderse por sí solos. Sólo es cuestión de ser prudentes y no ponernos irreflexivamente en el ojo de la tormenta. Sólo es cuestión de preservar las aprendidas medidas de higiene y de convivencia social tanto tiempo como sea necesario.
Las noticias llegadas de Europa ya reportan que un rebrote de contagios ha surgido. Una segunda oleada que parece contener más infectados, pero mucho menos defunciones. Yo la llamo la segunda generación de contagio. Opino que habrá una tercera aún más esparcida, pero significativamente menos mortífera. Después de ella el covid-19 habrá dejado de ser el temido enemigo.
Ya mengua mi dolor de cabeza.