Doktor Schnabel von Rom
En la edad media, hacia el siglo XIV, durante el azote de la peste negra, los centros sanitarios y médicos disponibles fueron abrumados y sobrepasados por la demanda. Al término de la pandemia, un tercio de la población, en Europa y Asia, había muerto por la enfermedad. Surgieron, durante la crisis, médicos improvisados y empíricos que bajo auspicio de las municipalidades recorrían las calles procurando auxilio a los aquejados, generalmente, para proporcionar remedios paliativos y placebos. Fueron conocidos como Doktor Schnabel von Rom. No es posible determinar cuanto ayudaron estos personajes a mitigar la gravedad de la situación ni cuanta eficacia poseían sus métodos. Sin lugar a dudas, sus tratamientos, en la mayoría de los casos, rayaron en la charlatanería. Varios acabaron retirados de sus cargos y expulsados de las comunidades. Esos personajes vestían singulares atuendos que permitía a los afligidos identificarlos. Sus indumentarias, de largas túnicas, sombreros y máscaras con largo pico, pretendían evitar el aire podrido que la teoría miasmática, prevaleciente en aquel tiempo, aseguraba era el origen del contagio.
Actuando entonces como un doktor schnabel extemporáneo, me atreveré a exponer las ideas que me han importunado desde el principio de la cuarentena. A pesar de las afirmaciones de científicos, considero que es posible que los virus del Covid-19 viajen montados en el viento; del mismo modo como lo hacen las motas de polvo y los granos de polen. La cuarentena, seguramente, no vencerá al bicho, sólo impedirá que los hospitales y servicios sanitarios sean rebasados. Es probable entonces que, en los próximos diez años, el noventa porciento de la población del mundo haya sido infectada. Ahora, si imaginamos la distribución estadística de la fortaleza inmunológica de los habitantes del planeta, deberemos esbozar una curva como la Campana de Gauss, tan socorrida a últimas fechas. Si dividimos tal gráfico en tercios, obtendremos de manera somera un primer tercio que representa a la población con sistemas inmunológicos deteriorados. Nótese que el primer tercio de la gráfica no significa un tercio de la población del planeta, sino algo menos de un sexto. Estas personas padecen de inmunología demeritada por causa de la edad, del cigarro en exceso, de cuestiones genéticas, de enfermedades pulmonares preexistentes o de complicaciones durante el padecimiento del coronavirus. A este grupo pertenecen las personas que, cuando se infecten, no la librarán o la librarán con secuelas. El segundo tercio de la gráfica está formado por el grupo de inmunidad media. Son las personas que padecerán la enfermedad pero lograrán reponerse. Ellos presentarán síntomas equivalentes a los de un fuerte resfriado, a una gripe con fiebre, a una influenza, pero no conservarán secuelas una vez superada la dolencia. Obsérvese que a este tercio de la campana pertenece el grueso de la población humana. El tercer tercio está formado por las personas que padecerán la enfermedad asintomáticamente, es decir, no se percatarán que han sido contagiadas. Quizás confundirán la dolencia con un dolor de cabeza, con punzadas en la espalda o con un cansancio inesperado. Sus sistemas inmunológicos son lo suficientemente eficaces como para combatir al virus.
Cuando la cuarentena termine, cuando las imposiciones económicas nos obliguen a dejar la reclusión, persistirá el contagio. La cuarentena no habrá extinguido al virus, ni siquiera habrá logrado debilitarlo un poco. Todos, sin embargo, habremos sido vacunados por contagio de las personas de los últimos dos tercios. Cuando ellos hablan, tosen o estornudan, expelen el microbio lo mismo que los anticuerpos creados por sus defensas. Los contagiados de la segunda y tercera generaciones, tendremos mejores posibilidades de resistir el embate de la enfermedad.