Convocar a Afrodita
Hace algún tiempo en alguno de mis cuentos afirmé que existen los seres pigmalión. Escribí que son personas capaces de convocar a Afrodita y ordenarle cómo proceder. En aquellos cuentos, alegóricamente, hice responsable a la diosa griega de la sucesión de eventos que el universo, el destino o el karma han previsto que ocurran. Según mi concepción de un universo determinista, todas las acciones de las personas fueron determinadas en el instante mismo del nacimiento del todo. Todos nuestros actos y pensamientos están regidos por cadenas de causas y efectos. Secuencias de eventos que tienen su origen en la explosión primigenia que, según la teoría cosmogónica aceptada, dio origen al universo. Para esos seres pigmalión, sin embargo, existen excepciones. Ellos son capaces de torcer las cadenas a voluntad. Ellos pueden distorsionar el determinismo.
Cuando niño leía varias historietas cómicas. Entre ellas se encontraba una que relataba las aventuras del Pato Donald y sus amigos. Entre los personajes que acompañaban las peripecias de Donald había uno que robaba mi atención. Se llamaba Pánfilo Ganso. El atributo principal de este personaje era que poseía una suerte inmerecida y espontánea. Me seducía la idea de poseer buena fortuna y a la vez, me rebelaba el que pudiera haber personas que nos aventajaran a los comunes mortales con habilidades extraordinarias como la de Pánfilo. A él todo le salía bien. Si requería dinero lo encontraba tirado en el suelo. Si se agachaba para recogerlo, lograba con ello esquivar un guijarro que le habían arrojado. Si requería llegar puntual a una cita, el autobús arribaba en el mismo instante en que Pánfilo, caminando indolentemente, alcanzaba la parada. Si huía de los Chicos Malos, los bandidos resbalaban en el momento preciso antes de atraparlo. Yo me imaginaba olvidando hacer la tarea y que la maestra no la requiriera. Con cada aparición del personaje en la historieta yo padecía envidia imaginando que los hados pudieran tener favoritos. Me enojaba la posibilidad de que existieran seres que no se apegaran a la ley de las compensaciones. Alguna vez mi padre enunció y explicó lo que él consideraba debía ocurrir en el universo para equilibrar el azar. Según mi padre alguna característica misteriosa de la casualidad otorgaba a las personas avances a cambio de los retrocesos sufridos, premios para subsanar castigos injustos, galardones para retribuir pérdidas y victorias en recompensa por las derrotas padecidas.
Desde muy niña, mi Fernanda comenzó a mostrar una inusual tendencia a lograr, con mínimos esfuerzos, todo aquello que se proponía; a conseguir de la casualidad lo que le beneficiaba o aquello que le convenía. Al percatarme de esas coincidencias, yo comencé a llamarla: Pánfila Gansa. De alguna manera misteriosa los platillos de la balanza de las compensaciones de mi padre estaban siempre inclinados en su favor. A la fecha, considero que mi hija posee ese algo que le favorece del azar. Ella, tratando de disimular su buena fortuna, asegura que ya no la tiene.
Víctor, otro de mis amigos sabios, ha recorrido la vida obteniendo de ella siempre una porción favorable. Su inteligencia, capacidad técnica y sagacidad lo han llevado por excelentes empleos en grandes empresas. Él jamás lo ha mencionado, pero yo sé que posee ese algo que acerca a las personas a la buena fortuna.
Los seres pigmalión no necesitan decir que ocurra esto o que ocurra aquello, pueden ser suficientemente vagos sus mandatos a Afrodita. Tal y como sucedió a Guadalupe con su viaje conmemorativo a Acapulco. No fue necesario que deseara que el aparejo del barco no la golpeara. Fue suficiente con pedir que el viaje no tuviera contratiempos. Y sin embargo tales seres no son personas acaudaladas; no detentan muchas posesiones ni encumbradas posiciones sociales, no gozan necesariamente de gran fama ni popularidad. Son, en cambio, personas sencillas, tranquilas, sabias y mesuradas que disfrutan de la existencia sin pretender controlarla. Ellas padecen igual que el resto de los mortales de las adversidades de la vida, pero tales circunstancias, no las afectan tanto como nos afectan a nosotros. En su interior gozan la confianza de que la buena fortuna les sonreirá más adelante y el Sol volverá a brillar. Ellos son los relojes capaces de modificar sus marchas.