Supervisor
Los sistemas operativos multitareas de las computadoras modernas manejan varios diferentes niveles de funcionamiento del procesador. Así existe el modo de operación “usuario” que restringe los accesos e instrucciones que el código del programa puede utilizar. Se impide con tal nivel que una aplicación pueda detener u obstruir el funcionamiento de todo el sistema. La instrucción de “paro” en este nivel, por ejemplo, no detiene la marcha del procesador; en su lugar se convierte en una llamada al sistema operativo quien suspenderá la ejecución del programa, pero continuará con la ejecución de todas las otras aplicaciones. Otro ejemplo: aquellos programas que ejecutan en el modo usuario no tienen acceso a los recursos de la máquina; en su lugar han de realizar una solicitud para que el sistema operativo ponga en cola su intención de accederlos. Si un programa desea escribir al disco, el sistema operativo impedirá que tal acción interfiera las escrituras de las otras aplicaciones. Existe también el modo “kernel” que no tiene restricción alguna. Por supuesto, en el modo kernel funcionan únicamente el conjunto de programas probados y verificados que forman parte del sistema operativo. Nuestros teléfonos portátiles y ordenadores personales utilizan estos modos. En algunas computadoras hay un modo de operación intermedio llamado “supervisor”. En el modo supervisor operan el conjunto de programas capaces de interactuar directamente con los recursos de la máquina, pero que sólo pueden ser confeccionados y no modificados por un programador. El programador puede, mediante el modo supervisor, configurar el cómo y el cuándo ingresará la información y el cómo y el dónde se almacenarán los datos. El modo supervisor combina, de esta forma, la programabilidad del modo usuario con la seguridad del modo kernel.
Yo hago la analogía de la mente humana como una computadora multitarea funcionando en varios diferentes niveles. Nuestros pensamientos cotidianos, con frecuencia fugaces, son los programas usuario. Nuestros razonamientos habituales, nuestros comportamientos, nuestras preferencias, en una palabra, nuestro “yo” consciente, equivalen a esos programas usuario. Ellos no tienen acceso a todos los recursos de la máquina. Así, un pensamiento como “quisiera morirme” no provoca la muerte inmediata de nuestro cuerpo. Sólo el sistema operativo de la mente, desarrollado por la evolución a lo largo de milenios, tiene acceso a un recurso tan radical.
Dentro de esta analogía, considero que nuestra consciencia equivaldrá al nivel supervisor de nuestra mente. Tendrá acceso a la plasticidad del cerebro, a la reprogramación neuronal de nuestro pensamiento, a nuestros cambios de conducta. Si permitimos que la consciencia emerja y se ensanche, nuestro modo usuario se mantendrá operando de la misma forma, pero un grupo de pensamientos complementarios harán su aparición. Confundiremos el accionar de la consciencia, con esa voz interior que resuena en la soledad de nuestros razonamientos más vacilantes. La confundiremos con esos consejos que emergen en nuestra cabeza para guiarnos en nuestras mayores indecisiones, con los murmullos que de forma inexplicable arrojan luz para salvar las más cruciales de nuestras interrogantes. Ellos son la inspiración espontánea que consuela nuestra desolación, son ese amigo imaginario que está presente todo el tiempo, son el guía sabio que orienta nuestros pasos por los caminos escabrosos. Ellos son, yo imagino, el conjunto de programas que operan en el modo supervisor. Esa consciencia es, si así lo procuramos, ese supervisor, esa voz interna capaz de hacernos cambiar hacia una mejor persona.