El reloj – parte 1
Cuando contaba con 12 años de edad, mi madre me permitió desarmar un reloj despertador de cuerda que ya no funcionaba correctamente. Parsimoniosamente desarme el mecanismo hasta llegar a los engranes individuales. En cada paso del proceso, procuré memorizar la posición original de las piezas para poder rearmarlo más tarde. Mi cometido resultó fallido, no conseguí rearmar el aparato, todas sus partes terminaron en el bote de basura.
Mi suegro falleció hace menos de un año. Entre los objetos que mi esposa ha recibido como herencia hay un reloj de mesa italiano, al parecer, de marca reconocida. La llave para la cuerda se extravió hace mucho tiempo. Sin impulso por más de treinta años, la grasa que flota en el ambiente proveniente del vaho de las personas y de los humos de la cocina se acumuló en lugares estratégicos de sus engranes. Así que cuando localicé y adquirí una llave de repuesto, el reloj no funcionó. Siendo un reloj vistoso, mi esposa decidió llevar el aparato al relojero mejor recomendado por la familia. Dada la calidad del trabajo de este técnico-artesano, se encontraba copado de trabajo. El hombre nos pidió volver en cuatro meses. Dijo que debía desarmarlo para lavar engrane por engrane y volver a armarlo antes de proceder a ajustarlo. Dijo que le tomaría, al menos, tres días de trabajo cepillando todos los dientes de los engranes. Dijo que un reloj tan hermoso merecía toda su atención; que otro relojero menos escrupuloso sólo metería la maquinaría en una cubeta y esperaría a que la grasa se desprendiera. Volvimos a casa con el reloj de mesa aún pegado.
A pesar de mi experiencia con el reloj de mi niñez, ofrecí a mi esposa, hacer el trabajo del relojero menos escrupuloso. Ella aceptó. Yo insistí: “¿estás dispuesta a correr el riesgo de que tu reloj no vuelva a funcionar?” Me sentí como el cirujano que pide al paciente, antes de la intervención quirúrgica, le firme un consentimiento. Ella respondió que en ese momento no sabíamos si el reloj funcionaba o no, así que podríamos culpar al tiempo en el caso de que el reloj no funcionara más. Mi hijo se ofreció a ayudar.
Desarmamos el reloj hasta tener en las manos el mecanismo de tiempo. Quitamos las manecillas y retiramos la carátula. En una vasija con agua tibia y detergente para trastes, sumergimos el mecanismo durante más de 24 horas. De vez en cuando, mi hijo o yo, sacudíamos el mecanismo como si se tratara de una lavadora. Al término del baño, el color del agua nos alentó a continuar el trabajo. Con un cepillo interdental, cepillé engrane por engrane hasta donde mis dedos y mi improvisada herramienta conseguían alcanzar. Mis recuerdos me impidieron desarmar aún más la maquinaria. La grasa se desprendió perezosamente. Devolvimos luego el mecanismo a la vasija, esta vez solamente con agua tibia. Aún sumergido en el líquido, antes de doce horas, con un pequeño empujón en el oscilador, el reloj volvió a hacer tic-tac.