El reloj – conclusión
Por mucho tiempo he pensado que habitamos un universo determinista. Para mí, el universo es un gigantesco reloj con un sinnúmero de engranes y osciladores y cuerdas enrollables y espiras reguladoras y sistemas amortiguados. Un complejísimo reloj cuyos componentes obedecen cada uno y todos en conjunto a las leyes universales. En cada integrante de este universo intervienen una gran cantidad de variables, muchas de ellas indeterminables para nuestra ciencia. Esto hace que el entorno parezca a nuestras magras percepciones en ocasiones mecánico y en ocasiones mágico. Cada componente de este gran reloj interactúa con una infinidad de otras partes y otras variables; así las plantas y así los animales, y así también las personas. Somos nosotros mismos mecanismos que obedecemos esas leyes universales. Cada célula, cada tejido, cada órgano, sistema y aparato dentro de nuestro cuerpo es un mecanismo, es un reloj regido por ineludibles ordenanzas cósmicas. Cada pensamiento, cada sentimiento, cada inspiración, cada sueño, también lo son. Si nuestro comportamiento es inadecuado y actuamos alejados de las leyes de los hombres, aún entonces estamos obedeciendo leyes universales.
En la búsqueda de luz que ilumine nuestra ignorancia, hacemos uso de todas las herramientas a nuestro alcance. Así, utilizamos la observación, la suspicacia, el análisis, la deducción, la síntesis; así echamos mano de la lógica, las estadísticas, la probabilidad, el cálculo y todas las otras ciencias. Esfuerzos que consiguen acercarnos apenas a un famélico entendimiento. Resultando que, a pesar de todos los rigurosos afanes de las ciencias, este lugar que habitamos es aún un reino de incertidumbre. Por lo menos lo es para nuestra comprensión, o para ser más preciso: lo es para mi comprensión.
Siendo las personas también componentes de este universo, siendo también mecanismos, somos como relojes nosotros mismos. Nacimos para ser egoístas, violentos, celosos, competitivos, revanchistas; nacimos para incrementar el caos. Somos seres hormonales, pues aún nuestras neuronas están sujetas a los cambios químicos de los fluidos en nuestro interior. Y sin embargo, somos las únicas entidades, en todo este universo y en todos los universos del cosmos, capaces de cambiar el devenir de los eventos. ¿Cómo? Modificando nuestra conducta, siendo más fuertes que nuestros instintos, venciendo nuestros apetitos, resistiendo nuestros impulsos, superando nuestros prejuicios, razonando nuestros actos, rectificando y corrigiendo. Somos el único reloj capaz de modificar su marcha, siempre y cuando nos decidamos a hacerlo.
Por cierto, la perseverancia de Ramón ha conseguido que el reloj de mesa de mi esposa adelante 1.6 segundos por hora. Él continúa intentando. ¿Podrá algún día lograr la precisión absoluta? Lo dudo, pero perseverar es la labor de un buen relojero.