El reloj – parte 2
Con hisopos y un trapo suave secamos profusamente el mecanismo. Concluimos el secado utilizando una lata de aire comprimido. Después aplicamos a los engranes lubricante en aerosol. Procuramos que la cantidad no fuera demasiada ni demasiado poca. Durante 24 horas más, permitimos que escurriera el exceso de aceite a la misma bandeja. La marcha del reloj se mantuvo. Guadalupe limpió con esmero la carcasa. Armamos el reloj y pasamos a la etapa del ajuste.
Los relojes mecánicos funcionan mediante un oscilador armónico que estabiliza y controla la frecuencia de operación de todos los engranes. El oscilador es un volante circular regulado por una espiral metálica. El volante gira en un sentido tensando la espiral que tiende a su posición de reposo. La tensión obliga al volante a regresar rebasando esta posición porque el sistema es subamortiguado. Nuevamente el volante tensa la espiral y el sistema se mantiene oscilando porque el desenrollado de la cuerda compensa la fricción de todo el mecanismo que de otra manera llevaría al oscilador a la detención. Los osciladores mecánicos cuentan para el ajuste de la frecuencia de oscilación con una pequeña palanca que incrementa o reduce la tensión de polarización de la espiral. Así que, con el cronómetro del teléfono celular, comenzamos a tomar mediciones de cuántos segundos por hora estaba desviada la marcha del reloj de mesa.
Mientras realizábamos nuestras primeras estadísticas, me asaltó el recuerdo de un problema que creé en mi imaginación en la adolescencia mientras viajaba en el autobús que me llevaba a la escuela. El problema describe a un relojero que viaja entre dos pueblos vecinos. El reloj en la torre del pueblo de partida marca una hora que el relojero anota. Cuando llega al pueblo de destino, el reloj en el edificio municipal marca una hora diferente. El relojero hace la resta y determina el tiempo que ha tardado su viaje. Realiza la misma operación cuando hace el viaje de vuelta. Sin extrañeza se percata que los tiempos de viaje difieren. Él sabe que las vicisitudes de los recorridos fueron diferentes, la velocidad del autobús no fue la misma; además, siendo relojero entiende que los relojes no están sincronizados. Cuando un reloj marca las doce el otro no necesariamente marca esa hora, pues siempre existe un pequeño desfase entre dos relojes. También sabe que dos relojes andan a ritmos diferentes, que aunque muy cercanos no son iguales. Y además, que el desgaste de sus partes y la suciedad acumulada en sus engranes modifican el andar de un reloj y obligan a un mantenimiento regular. Gracias a Dios por esto último, pues le permite contar con trabajo. La pregunta del problema es: ¿es posible determinar, realizando muchos viajes y un riguroso registro estadístico, cuánto es el desfase entre los relojes y cuánta su diferencia de ritmo?
Mi respuesta es que no, no es posible. A menos claro que se introduzca al problema un tercer reloj, éste de bolsillo que el relojero llevara consigo, pero qué relojero posee un reloj de bolsillo cuando su casa y taller tienen relojes por todas partes.
En el caso del reloj italiano de mi esposa, la espiral no es plana como en lo relojes más compactos, sino cilíndrica, pero igualmente cuenta con la palanquilla de la tensión de polarización de la espiral. Los relojes tienen grabado hacia donde la palanca de ajuste incrementa la tensión y el ritmo es más rápido y hacia donde lo contrario, generalmente con un signo “+” y un signo “-”; pero no cuentan con una escala graduada, así que el método de ajuste es inevitablemente de prueba y error. Comenzamos con un retraso de 30 segundos por hora.