La regla del noventa diez
Fragmentos tomados del libro El poder de las ideas.
… “¿qué caso tiene el que nazcamos para seguir un destino predeterminado, qué caso hay si no existe manera de cambiar el rumbo? ¿Para qué nacemos si seremos sólo como las ruedas de las carretas y los yunques de los herreros? Si venimos a este mundo sólo para obedecer aquello que fue previsto que hagamos, si sólo representamos una pantomima como hacen los bufones en los teatros de las villas, si actuamos como hace la gota que resbala por la hoja para chocar con la superficie del estanque y fundirse con el resto del fluido, si como el pájaro seguimos la parvada para llegar al sitio donde debemos hacer nido, si como hace la estrella que todas las noches asoma por el horizonte manteniendo la misma distancia con sus hermanas y la misma forma de la constelación. Entonces somos sólo marionetas de ese Dios todopoderoso que determina cómo, cuándo y dónde habremos de hacer lo que debemos hacer, habremos de sentir lo que debemos sentir, habremos de pensar lo que debemos pensar. ¿Para qué nacemos si giraremos cuando la carreta se mueva y nos quebraremos cuando choquemos con una piedra? ¿Para qué estamos en este mundo si trepidaremos al golpe del mazo y sonaremos con estruendo cuando el martillo choque con nuestro hierro?” Y continúo con mi reclamo, pero Emile no responde…
… “me siento como una rana que ha salido a croar en noche de Luna mientras una cigüeña le ha visto y vuela hacia ella para cazarla. La rana responde a su instinto cuando croa; la cigüeña, a su apetito al cazar. Ninguna puede hacer nada por cambiar el desenlace. Somos seres más complejos, lo admito Emile, pero cada uno de nuestros sentimientos y nuestros actos obedece igualmente a un instinto o a un apetito. Fue el creador quien al momento de concebir a la rana ordenó que cantara a la Luna llena y fue el creador quien igualmente ordenó que la cigüeña buscara ranas para alimentarse. Ponedlas, amigo, tan complejas como queráis; pero, al final, nuestros pensamientos y nuestros sentimientos están igualmente obligados por quienquiera que sea que creó nuestros pensamientos y nuestros sentimientos. Ese ser superior, ese Creador de todo, es quien lleva las riendas de los desenlaces y no lo es nuestro albedrío.”…
… “Tanto en el mundos malus como en la creatio bona existe un pequeño margen en el que participamos, pues somos cada uno y todos parte de ese universo creado, parte de ese Creador único. Ese margen es variable desde nuestro punto de acción. Cuando el margen es muy pequeño o nulo sólo podemos adaptarnos; aceptar lo que no está en nuestras manos cambiar. Cuando el margen es grande, cuando podemos hacer algo por modificar el desenlace, entonces podemos decidir si actuaremos siguiendo al mundos malus o buscando la creatio bona. Yo la llamo la regla del noventa diez. Le he dado ese nombre porque considero que noventa de cada cien eventos no está en nuestro alcance modificar el desenlace y sólo en diez acontecimientos podremos intervenir. Así que sí, Sophie, el azar no existe. Noventa veces de cien estamos sujetos a lo que el Creador de todo determine, estamos presos de nuestro destino, somos prisioneros del mundos malus; pero existen diez donde el desenlace depende de nosotros. Es necesario estar atentos para descubrir tales eventos.”…