El milagro guadalupano
Comencemos entonces con el primer ejercicio. El Ayate del Tepeyac está fabricado en fibras de maguey de cuya densidad no poseo el dato. Aunque podemos suponerlo con una razonable precisión. La densidad de hilos de los tejidos más finos en la actualidad ronda los 1000 hilos por pulgada cuadrada. Pero un lienzo de tan alta densidad utiliza hilos muy delgados que lo vuelven susceptible a las rasgaduras. El tiempo de vida de lienzos tan finos es generalmente menor. Mi esposa busca, cuando pretende adquirir sábanas, densidades de 400 hilos por pulgada cuadrada. Dice que desea que sean suaves pero durables. El ayate guadalupano ha superado una azarosa existencia de casi 500 años. Si aceptamos que fue fabricado con técnicas menos avanzadas, podemos suponer que su acabado sea más burdo y su densidad, de alrededor de 100 hilos por pulgada cuadrada o incluso menor. Esta densidad de tejido corresponde a 50 hilos horizontales por 50 hilos verticales; lo que equivale a una resolución lineal de 50 pixeles por pulgada.
Los pintores detallistas conocen la dificultad de pintar objetos muy pequeños en tramas de tela poco finas. La pintura no se sostiene entre los hilos. Sólo es posible pintar adecuadamente en los sitios donde hay hilo. De modo similar a lo que ocurre con una impresora digital actual; no es posible colocar un punto entre pixeles contiguos. Esto impide pintar objetos demasiado pequeños con el suficiente detalle.
La pupila del ojo de la Virgen de la imagen original mide 7 por 4 milímetros. A una resolución de 50 pixeles por pulgada correspondería entonces un área de 14 por 8 pixeles aproximadamente. Para dibujar una letra se requieren al menos 7 por 5 pixeles. Inténtese dibujar una escena de 13 personas utilizando un área de las dimensiones calculadas. El lector encontrará que es prácticamente imposible, pues se dispone para el desafío del espacio que utilizan apenas cuatro letras de un texto escrito en times new roman de 10 puntos. Los críticos del resultado requerirán recurrir, forzosamente, a la pareidolia antropomórfica para interpretar la obra; es decir, que los que observen tal bosquejo se remitan inconscientemente a sus recuerdos personales de la figura humana relacionando el boceto con la escena creada. Sólo así se podría alcanzar el éxito.
Segundo ejercicio. La fotografía abajo, muestra mi ojo izquierdo. Fue tomada por una cámara con resolución de 75 pixeles por pulgada. Puede verse en mi iris como refleja la imagen que yo miraba. Había un espejo delante de mí, a sólo 60 centímetros de distancia. En el espejo se reflejaba mi imagen por supuesto. Obsérvese como la cornea, lente convexo del ojo, concentra la imagen reduciéndola. ¿Puede el lector decirme si yo vestía corbata?
La copia que cuelga sobre la cabecera de mi cama es una buena copia del ayate original. El copista incluso imitó la costura que une los lienzos y tuvo el cuidado de colocarla a la misma distancia por detrás de la cabeza de la Virgen. Alguna vez, me he preguntado si tal vez esta copia es hermana de aquella que sustituyó al original durante la Guerra Cristera. Esta copia es muy oscura, tal vez, para evitar que sean visibles sus imperfecciones. Fue cortada por el anticuario pariente del abuelo de mi esposa, probablemente para eliminar los jirones y desgastes que tendría la tela; pero, con tal acción eliminó la firma del copista. Estoy seguro que esta copia no reproduce los efectos en los ojos de la Virgen del original.
Mi esposa opina que el verdadero milagro guadalupano no lo constituye una bellísima pintura en un burdo lienzo, sino que consiste en 9 millones de pobladores nativos que decidieron y lograron cambiar su marco de creencias y su concepción del universo para abrazar una nueva religión y que medio milenio después aún decenas de millones de mexicanos encuentren refugio y consuelo en una imagen (el Ayate), una narración (el Nican Mopohua), una historia (la de Juan Diego), una idea (el cariño de una madre) y un lugar (el cerro del Tepeyac). Si es así, si la opinión de mi esposa es certera, entonces, yo también me declaro creyente del milagro guadalupano.