La ley de la atracción
Tras tantas suposiciones mías, he acabado por creer que cuando uno consigue desarrollar la propia consciencia, cuando uno es amo y señor de sus propias emociones, cuando ha vencido al celoso, al grosero, al iracundo, al violento que se lleva en las entrañas, cuando ya no se es más una máquina que obedece ciegamente el rol que le fue asignado, cuando al fin se puede actuar según el propio albedrío, cuando ya no se es más un saco de átomos y se es capaz de interferir en las cadenas de causas y efectos de la propia existencia, entonces se pueden provocar a voluntad las coincidencias que se deseen; no casualidades simples e intrascendentes como las de mi historia, sino verdaderos anhelos de vida, honestos deseos aún insatisfechos. Creo, ahora, que cuando se alcanza un estado desarrollado de la consciencia es posible convocar a Afrodita para ordenarle cómo proceder.
Recuerdo que sucedió en una tertulia de compañeros de trabajo. La conversación de pronto pasó de intrascendente a interesante, al menos, desde mi punto de vista. Uno de los presentes mencionó una ley que él pomposamente calificó de universal. Platicó que la tal ley otorgaba a aquel que la practicara poderes inverosímiles. Conforme hablaba sus palabras se tornaban más y más apasionadas. El resto de los presentes guardamos silencio para escuchar. Describió que quienes poseían el conocimiento podían activar la ley con su mente y ordenar al universo suceder como desearan. Aseguró que aquellos que la utilizaban podían pedir el desenlace anhelado y conseguirlo prácticamente sin hacer nada. Dijo, también, que se trataba de un secreto conocido por unos cuantos iniciados desde tiempos de los babilonios. Siendo como soy, me limité a escuchar. Otro compañero intervino. Este segundo participante afirmó que eran los egipcios quienes habían establecido los principios de la tal ley de atracción. Él dijo que los principios y la ley estaban enunciados y explicados en El Kybalión; libro originalmente escrito por un tal Hermes Trimegisto, supuesto mentor del patriarca Abraham. Dijo, en resumen, que aquello que entregues al universo, el universo te devolverá. Si entregas amor, recibirás amor; si entregas gratitud, recibirás apoyo y colaboración. Si entregas entusiasmo, recibirás admiración. Si en cambio, entregas odio, recibirás odio; si entregas mezquindad, recibirás miseria. Mencionó algunos de los principios. Creo que fueron: el universo es mental, todo vibra a su particular frecuencia, y toda causa obedece a un efecto como todo efecto a una causa. Alguno de los presentes, no recuerdo ya quién, debió notar interés en mis facciones porque ofreció regalarme una copia del libro.
Tras aquella reunión, yo proseguí con mi vida, mis responsabilidades, mi trabajo, mi familia. Continué observando y coleccionando casualidades. Seguí elucubrando sobre los brazos de las galaxias y mis teorías de una nueva fuerza física, de un campo unificado y sobre modelos de consciencia. Algunos días después recibí el obsequio. Leí el libro. Como todo conocimiento nuevo que llega hasta mi entender, etiqueté su contenido. Su calificación fue, en aquel entonces: esotérico, pensamiento mágico y falto de fundamento científico. Quedó olvidado en un estante de mi estudio.
No supe cuánto habían influido, en mis apreciaciones del universo, la conversación de aquella tertulia y la lectura de El Kybalión hasta el momento en que me topé en la televisión con la película de El Secreto. En ella se habla de la ley de la atracción y también de métodos para ponerla en práctica. En ella se mencionan algunos de los principios del hermetismo de El Kybalión. En mi opinión, el contenido de la película, aunque diferente a mis suposiciones y razonamientos, es similar a mis conclusiones. Me agradaría mucho recibir la mejor opinión del lector. La película está en Netflix, los libros, tanto El Kybalión como El Secreto, pueden adquirirse en Amazon.