Iguana
Viajaba solo por carretera desde Guadalajara hacia la Ciudad de Colima. Manejaba un automóvil sin aire acondicionado. Era un día soleado y caluroso del verano mexicano. Mientras manejaba, mis pensamientos divagaban entre escenarios fantásticos como suele sucederme. No recuerdo ya si platicaba con mi amigo imaginario Newton, con alguno de los filósofos de la historia o simplemente brincaba de un asunto a otro como tertulia de colegas. Hacía rato que no cruzaba con vehículo alguno en ninguna dirección. El paisaje se convirtió en un cañón rocoso con matorrales y cactus. De pronto, a un par de cientos de metros frente a mí, sobre el asfalto del camino, pude ver una iguana. Inmóvil, calentaba plácidamente su largo cuerpo a los rayos del Sol. Reduje la velocidad. Cuando alcance su sitio de asoleo, maniobré para esquivarla. El saurio, no se inmuto ni un poco; yo, proseguí mi camino. Por el espejo retrovisor pude ver como lentamente abandonó la carretera. “Haces bien,” dije, “otro quizás no sería tan condescendiente.” No pude volver a mis pensamientos. Por alguna razón, me asaltó la idea de que los lejanos ancestros de aquel lagarto, fueron también mis ancestros. “¿Por qué”, surgieron en mi cabeza las preguntas, “si su tataramuchostatarabuelo fue también el mío, él se arrastra aún entre los matorrales mientras yo conduzco un vehículo? ¿Por qué yo puedo decidir si preservo su vida y él no tiene la misma prerrogativa?”
Es, quizás, que unos no somos bendecidos por los mensajes evolutivos que viajan en los cuadriones polarizados (según mis atrevidas suposiciones) y otros sí lo son. Es, tal vez, que algo hicieron mis ancestros subsecuentes, consciente o inconscientemente, que no hicieron los ancestros de la iguana. Es, quizás, que estaba así predeterminado por nuestro universo inmutable. Cualquiera que sea la respuesta, considero que, aunque nuestro destino evolutivo haya estado definido e invariable antes de nosotros, estamos ahora en el momento en que la consciencia tiene por primera vez la oportunidad de decidir cuál camino habrá de proseguir hacia el futuro. Serán nuestros descendientes, dentro de miles de años, seres, exterior e interiormente, exactamente iguales a nosotros; o serán, tal vez, individuos, interior o exteriormente, evolucionados y superiores de alguna manera a lo que hoy somos nosotros. ¿Qué es lo que tenemos que hacer para que ocurra esto último?
Nietzsche opinaba que Dios ha muerto. Creo que lo afirmaba desde el punto de vista de que no existe más el concepto superior y elevado que determina la moral y la ética de los individuos. Creo que lo declaraba desde la posición de que ahora somos nosotros quienes debemos establecer esos principios morales y éticos y no sujetarnos más a los principios morales y éticos establecidos por Dios-sabe-quién. Nietzsche definió un superhombre como ese ser de consciencia superior viviendo una existencia de su total agrado, libre de las cadenas forjadas por la moral y la ética de sus ancestros. Un ser que viviera de tal forma que deseara, en el momento de su muerte, volver a vivir su vida exactamente de la misma manera. El filósofo alemán llamó a este principio el eterno retorno.