La fuente de la juventud
La alimentación mesurada es fundamental para una vida plena, asegura la medicina desde tiempos de Hipócrates. Y sin embargo, continuamos buscando en los medicamentos, como necios alquimistas, la fuente de la juventud perenne. Y a pesar de todo, sí existe la fuente de la juventud que fantaseaban los nativos de la isla de Puerto Rico y que pretendió encontrar el explorador español Juan Ponce de León. Pero ella no es un manantial misterioso y oculto entre los humedales de la península de la Florida, ni tampoco un estilizado surtidor del que brota un líquido mágico que rejuvenece a quien lo bebe. Esa fuente es tan sólo un estilo de vida estable y armonioso, tranquilo y sensato con una alimentación adecuada. Cuando nos convenzamos de ello, tal vez descubriremos que ese artificio imaginario que nos proveerá de juventud eterna contiene en sus cimientos, indiscutiblemente, alimentos sanos y balanceados. No temo afirmar tal cosa. Aún sin estudios académicos en medicina, aún sin haber realizado cuantiosas estadísticas ni consultas, aún siendo escéptico con la mayoría de los conocimientos que promulga la ciencia moderna, no dudo en declararme creyente de la alimentación moderada. Lo aseguro pues lo he experimentado en mi persona.
Hace ya casi un año que modifiqué mi dieta. Tras una serie de ayunos me convencí a mí mismo que comía más de lo necesario, que obstruía con mi alimentación persistente los procesos de regeneración de las células y que la hipoglucemia que padecí en la adolescencia y el infarto en mi madurez no constituyen riesgos mayores para intentar encontrar el artefacto fantástico. Desde entonces mi dieta es vegetariana o casi. Consumo frutas, cereales, hortalizas y nueces principalmente. En ocasiones, alrededor de una vez al mes, ingiero carne y dos o tres veces, pescado. Mi dieta es vegetariana o pretende serlo, más yo no me considero observante restricto de tal régimen de nutrición. Omito los lácteos, aunque aún consumo quesos. Sustituí la leche de bovino por leche de arroz. La leche de almendra resultó también de mi agrado aunque prefiero la del cereal asiático. Y ayuno, al menos, un día al mes. Mi esposa elabora los alimentos diariamente como lo ha hecho por más de cuarenta años. Ahora, cuando sus preparaciones contienen huevo o jamón, ella me pregunta si deseo un poco. Indulgentemente conmigo mismo, de vez en cuando, acepto. Cuando no acepto, debo preparar mi propia ensalada.
Recientemente, regresamos de un viaje de paseo a la playa donde convivimos con amigos entrañables. Comimos, durante aquellos días de sol y mar, en restaurantes y comimos de todo: pescados, mariscos y también carnes. Cuando volvimos mi presión arterial estaba elevada (150 sobre 90) y mi glucosa también lo estaba (120). Verifico mis biometrías regularmente por indicaciones del cardiólogo. Por supuesto las mediciones me desagradaron. Al día siguiente, practiqué el ayuno durante todo el día. Tal privación de alimentos fue suficiente para que mis niveles volvieran a ser normales: 125 sobre 75 para la presión y 100 para la glucosa. Satisfecho, he vuelto a mi dieta casi vegetariana. Si existe alguna fórmula para lograr la recuperación que el cuerpo requiere y que consigue por sí solo cuando somos jóvenes, creo que la he encontrado.