Fer, tu nacimiento en 500 palabras
Tumbados en la cama, leía a mamá El Tercer Ojo de Lobsang Rampa. Acostumbrábamos leerlo por las noches antes de quedarnos dormidos, pero aquel día era domingo. No habíamos salido al cine, como era nuestra costumbre, pues ya se aproximaba la fecha de tu alumbramiento y mamá había sentido contracciones desde la noche anterior. Los espasmos aún no eran regulares. Yo tenía en mis manos además del libro, un reloj para cronometrar cada nueva contracción. Tres minutos, ocho minutos, seis minutos, habían sido los últimos intervalos. El dolor era muy soportable, había reportado mamá. Habíamos sido aleccionados sobre que las contracciones debían ser frecuentes, regulares y muy intensas. Pero mamá ha tenido siempre un alto umbral al dolor. Poco después de la una de la tarde. Sintiéndose extraña, mamá propuso ir al hospital inglés a visitar a una de sus compañeras del curso psicoprofiláctico que ya se encontraba internada. Aprovecharíamos para pedir al doctor que la revisara. Podríamos comer en el restaurante del hospital. Subimos a nuestro vehículo, un Volkswagen amarillo, para dirigirnos al hospital ABC. Pasé un bache en la calle sin mucho cuidado. El tumbo incomodó a mamá. Ella dijo: "maneja con cuidado, por favor, y te suplico que no vayas a equivocar la ruta". Yo solía errar los caminos. Llegamos al hospital sin más percances. Mamá pidió que el doctor la revisara. Vocearon al doctor que se alistaba para atender a su otra paciente. Mientras se presentaba, la subieron a una silla de ruedas y la llevaron a una sala de exploración. El doctor apareció al poco rato. Después de su reconocimiento expresó: "pero niña qué no sientes nada, ya tienes diez centímetros de dilatación". Dio órdenes para que prepararán de inmediato una sala de expulsión. Mamá se bajó de la cama para vestirse las pantaletas. "Qué pantaletas ni qué nada," expresó el doctor Stefanovich, "tu bebé está a punto de nacer". Mientras tanto yo aguardaba, ignorante del inminente acontecimiento, en la sala de espera. Al poco rato una enfermera me informó que mamá ya se encontraba en labor de parto. Nervioso llegué hasta la puerta de la sala. A veces de pie inmóvil, a veces, sentado, otras caminando como león enjaulado, esperé. Debe haber sido poco más de una hora, cuando el doctor salió para darme las buenas noticias. Fuiste calificada como bebé de diez. Tu piel era rosada, no tuviste problema ninguno para tu primera inhalación ni tu primer llanto. Me otorgaron tres días en el trabajo para acompañar a mamá en el hospital. Los días que permaneciste en el hospital, me paseaba constantemente por las cunas de recién nacidos. A través de la vitrina podía verte y con orgullo escuchaba a los otros papás que se admiraban: "mira aquel bebé," decían, "realmente está hermoso, seguro es una niña". Dicen que los niños traen torta bajo el brazo. A cinco meses de tu nacimiento, recibí oferta de trabajo en Digital. Por cierto que yo había pronosticado que nacerías el 20 de noviembre; naciste el 21.