El eterno retorno
Me agradan los conceptos de Nietzsche, pero estoy en desacuerdo con los personajes que eligió para ilustrar sus modelos. Personalmente creo que, en la búsqueda de personajes históricos para ejemplificar sus ideas, Nietzsche confundió ética y moral definidas desde el interior de uno mismo con flacidez en valores morales y éticos. Para ejemplificar a su arquetipo del superhombre, Nietzsche eligió a Cesare Borgia; yo habría elegido a Sócrates. Aunque, para ser justos y estar en concordancia con la ideas de Nietzsche, habría que preguntar a Cesare Borgia si al final de su vida se sentía orgulloso de sus traiciones y estratagemas políticas y estaba dispuesto y listo para volver a vivirlas.
En alguna sobremesa mi padre, con su mirada mordaz y su sonrisa burlona, preguntó a mi esposa cómo imaginaba ella que serían el cielo y el infierno. Aquello fue la entrada a una discusión sobre filosofía y religión entre mi esposa, católica moderada, y mi padre, librepensador. Me abstuve de intervenir; él, no requería de apoyo alguno; ella, no sucumbió; yo, además, dudo mucho que hubiera podido aportar argumentos mejores a los ofrecidos por ambos. Así que, mientras ellos intercambiaban razonamientos, yo intenté dilucidar el peor castigo que pudiera yo recibir si mi comportamiento hubiera sido el de una mala persona y, por supuesto, si realmente existiera ese juez universal, imparcial y justo que evalúa nuestras acciones y decide nuestra suerte. Luego de algunos minutos me dije: “que peor infierno podría existir para mí que percatarme, en el momento de expirar, que mi existencia ha sido intrascendente e inútil; que sólo he sido hedonista, egoísta, desinteresado y mezquino; que mis deudos respiran aliviados por librarse de la carga que fui. Me di cuenta, sin embargo, que me había perdido de los mejores argumentos y del clímax de la discusión.
Algunos meses después en conversación con alguno de mis amigos imaginarios me planteé la siguiente inquietud: Si cuando morimos y hemos sido buenos no vamos al cielo, porque ahora sabemos que en el cielo sólo hay nubes y más allá del cielo: estrellas, galaxias, cúmulos, supercúmulos, filamentos y muros. Entonces, ¿adónde va la energía que nos ha animado en esta vida, adónde quedan nuestras buenas intenciones, nuestras acciones compasivas? Si cuando morimos y hemos sido malos no nos aguardan espantosos tormentos por la eternidad entera, ¿qué justicia divina castigará los malos actos?
Conseguí discurrir dos soluciones. A continuación expongo la primera:
Si el tiempo se dobla en el horizonte del cosmos-océano para iniciar un nuevo ciclo (léase el cuento Una insignificante pompa en mi sitio de Aún más cuentos o el vicio de la escritura), entonces existe una gran probabilidad de que nuestro universo, tras eones de ausencia, vuelva a surgir del mismo origen y con las mismas características que ha tenido en cada ocasión. Será la misma entidad que conocemos con tal vez pequeñas variaciones; aquellas que la consciencia haya podido esculpir en el devenir del determinismo. Y entonces volverán a aparecer las mismas galaxias, los mismos planetas e incluso los mismos seres pensantes de nuestro mundo. Y aún más, cada uno de nosotros, renacido, estará viviendo nuevamente su misma existencia con los mismos escenarios. Nos encontraremos repitiendo las mismas experiencias y los mismos fallos. Será como estar dentro de la película de El día de la marmota (Groundhog Day) o dentro de las versiones de la matriz que explicara, a Neo, el Architect en la película The Matrix Reloaded. Se habrá cumplido así el eterno retorno de Friedrich Nietzsche.