La decisión sobre mi vida
En una cabaña, en un lecho de paja, rodeado por todos sus once hijos, un campesino yace agobiado por la enfermedad. "No te mueras, padre", expresa el mayor de sus vástagos. "No nos abandones también tú, papá", dice la menor sin ocultar su angustia. La voluntad del moribundo quisiera complacer aquellas suplicas, mas la debilidad ya hace rato que conquistó su cuerpo. Al poco, comienzan los estertores. Sus aspiraciones se tornan roncas, truncas y menguadas. El hombre siente que le arrancan las entrañas. El dolor no es intenso y sin embargo la flacidez derrota todo intento por luchar. "Aún no señor, te lo suplico", implora sin emitir palabra. De pronto, el dolor cesa. La debilidad desaparece. Se siente flotar. "¿Habrá Dios oído mis ruegos?" Se pregunta. "¿Será que ya estoy muerto?" Sin esfuerzo, abre los ojos y mira el techo de paja. La trabe se acerca lentamente. Se percata que está flotando en el aire. Se gira para observar la escena. Sus hijos rodean la cama. Todos sollozan, varios parecen emitir palabras. Deben estar orando pues se han arrodillado, y sin embargo, él no escucha nada. Sus hijos miran en dirección de un cuerpo tendido en la cama. El campesino sabe de quién se trata, pero le cuesta identificar los rasgos. Es él mismo por supuesto, aunque blanco como el papel, inmóvil y tieso como un tronco. Se sorprende que mirarse muerto no le ha causado asombro. Le molesta la paz que siente. Debería estar llorando por sus hijos que quedan solos. Debería sentirse inquieto, pues son muchas las conductas impropias en su historia. ¿Qué le deparará el juicio final? Siente un jalón que lo devuelve al lecho. Todo ennegrece. Parece encontrarse dentro de una gruta. ¿Será que ha vuelto a su cuerpo? ¿Será el umbral al averno? Una luz emerge esperanzadora. Se mira muy lejana. Semeja la salida de un largo túnel. Poco a poco, la claridad crece en tamaño. ¿Se mueve él o se acerca la abertura? La luz continúa intensificándose como cuando recorrió el cuello del útero de su madre al momento de nacer.
Ahora se encuentra en un sitio apacible, hermoso, colorido. Es una escena campestre. Niños juegan; corren entre árboles y matorrales. Adultos conversan al tiempo que preparan un almuerzo. Está rodeado por sus seres queridos, aunque no sabe porque los considera sus familiares. Al parecer sus pecados le han sido disculpados y fue enviado directo al paraíso. Busca a sus padres con la vista. Unas siluetas etéreas se aproximan. Son seguramente ellos. Quiere llamarlos, quisiera abrazarlos. No logra comunicarse en este nuevo sitio. La tranquilidad y la felicidad le embargan, esa debe ser la razón que le entorpece hablar. Transcurre el tiempo. Poco a poco, descubre que su paraíso tiene limitaciones, tiene incertidumbres, tiene carencias, envidias, obligaciones, miserias. Comienza a sospechar que, tal vez, no ha sido afortunado y, en realidad, le han enviado al infierno. Pero a pesar de las dificultades, a pesar de los disgustos, a pesar de las zozobras que se presentan, las alegrías persisten. Todavía hay risas, hay bromas, algunas pequeñas retribuciones. Tal vez se encuentra en el purgatorio o quizás las religiones orientales están en lo correcto: existe la reencarnación y está de vuelta en una vida con desafíos, con dolorosos fracasos y desdeñables éxitos; con risas, aprendizajes, aunque con lágrimas y tropiezos. Se pregunta entonces: ¿por qué este sitio agradable en un principio se tornó hostil más tarde?
Despierta. Todo ha sido un sueño. Sus hijos están dormidos en el suelo. Rodean la cama que el campesino ha cedido a su pequeña. Él se ha quedado dormido, arrodillado junto al catre, vigilando la fiebre en su niña. Se dice a sí mismo: "sea que habite en el infierno, sea que me halle en el cielo, sea que haya vivido otras reencarnaciones o nada me espere cuando muera, la decisión sobre mi conducta, aquí y ahora, es sólo mía."