Ayuno contra virus
La tos seca persistió. Aparecieron sensaciones de falta de aire como la que se presentan tras un leve esfuerzo. Percibí además extrañas pulsaciones en el pulmón izquierdo. Desperté una noche. Llamó mi atención un raro olor a humo, a madera quemada, que no pude explicar con los aromas del entorno. Primero, porque el olfato nunca ha sido uno de mis sentidos más perceptivos y, segundo, porque en mi vecindario no existen chimeneas. A la mañana siguiente, mi esposa confirmó que no había tal olor en el ambiente. Ello indicaba que estaba oliendo mis entrañas. Siguieron dos días de oleadas de cansancio repentino. Cada 4 o 5 horas, el cansancio me invadía. Como si derramaran sobre mi cabeza agua desde una cubeta, la oleada invadía todo mi cuerpo. La debilidad me obligaba a recostarme en la cama. Veinte minutos duraban esos malestares. El agotamiento desaparecía tan intempestivamente como había llegado. ¿Será el corazón? Llegué a preguntarme.
Al día siguiente decidí ejercitar el ayuno. Siempre he sido creyente de las células como pequeñas máquinas Turing biológicas. Ellas, yo las imagino, son seres capaces de conmutar su actividad para pasar a un estado de protección cuando no realizan tareas metabólicas. Decidí obligarme a un medio ayuno. No desayuné y no comí, postergué todo alimento hasta después de las 18:00, incluso saqué un pedazo de manzana de mi boca que instintivamente introduje en ella. Todo el día me sentí mucho mejor. Percibí la debilidad del ayuno, pero ya no las oleadas de cansancio. El bucle de pensamiento, al que identifico como "yo", logró conexión con los billones de células de la colonia que llamo: "mi cuerpo". Les ordenaba, de forma que creo estoy comenzando a comprender, para que entrarán en el modo de protección. Si es que tal conexión es posible y si es que tal modo realmente existe. En mi imaginación jugué con la idea de las membranas celulares mutando su constitución molecular hacia proteínas incompatibles con las espículas del virus. El virus entonces, atacaba solamente a las células enfermas, aquellas que son incapaces de conmutar al modo de autoprotección. Me encontraba entonces podando las células débiles de mi organismo, tal vez evitando así enfermedades futuras. Me sentí bien, incluso grandioso, en el momento en que terminó el ayuno y pude volver a ingerir alimento. Pero ocurrió entonces que una sensación extraña y desagradable me invadió durante la digestión. Y más tarde me di cuenta que los cansancios intermitentes habían vuelto.
Sé que no estoy lidiando con el Covid-19 o al menos lo sospecho. No he padecido fiebre y ya desaparecieron las leves faltas de aire. Los cansancios persisten pero mucho menos intensos. Lo que me anima a repetir un medio ayuno. Pero, ¿qué es el padecimiento contra el que combato? Me pregunté. Seguramente el que afectó a mi esposa en días pasados: una gripe inofensiva cuyo virus aún no ha sido clasificado. Pero saberlo no es, para mí, relevante. Importante es que creo ahora en un método para enfrentar al coronavirus cuando se presente. Pero, ¿será suficiente este método para hacerle frente? Ciencias y religiones se afanan por encontrar certezas. Yo me siento satisfecho si alcanzo una incertidumbre.